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lunes, 8 de marzo de 2021

TEJER ES MI TERAPIA .……TU CONSEJO FINANCIERO


  

María Lionza, la misteriosa joven indígena que se convirtió en reina y diosa protectora de Venezuela...

Nuestra cultura también contempla grandes mujeres lideres desde todos los tiempos, La cultura venezolana al igual que la de América Latina está formada por la unión de negros, indios y blancos españoles. María Lionza es el centro de la trilogía de máxima jerarquía en las cortes espirituales venezolanas. Dicha trilogía está conformada por la reina María Lionza, el Cacique Guaicaipuro -Cacique de Los Teques y otras tribus que se opusieron férreamente a los españoles-, y el Negro Felipe –soldado durante las guerras de Independencia de Venezuela-.

El culto a María Lionza se remonta al tiempo previo a la llegada de los españoles a territorio venezolano en el siglo XV. Los indígenas que habitaban lo que hoy se conoce como el Estado Yaracuy, veneraban a Yara, Diosa de la Naturaleza y del Amor. De hecho, según algunos lingüistas, el vocablo Yaracuy significa "lugar de Yara". De acuerdo a la descripción que los indígenas hacían de Yara, ésta era una mujer triste de grandes ojos verdes, pestañas largas y amplias caderas. Olía a orquídeas, su sonrisa era dulce y melancólica, los cabellos lisos y largos hasta la cintura, con tres hermosas flores abiertas tras las orejas. Según la leyenda, Yara quien era una hermosa princesa indígena, fue raptada por una enorme culebra dueña de las lagunas y los ríos, que se enamoró de ella. Enterados los espíritus de la montaña de lo hecho por la culebra, decidieron castigarla haciendo que se hinchara hasta que reventara y muriera.

Tras esto, eligieron a Yara como dueña de las lagunas, ríos y cascadas, madre protectora de la naturaleza y reina del amor. El mito de Yara sobrevivió a la conquista española, aunque sufrió algunas modificaciones. En este sentido, Yara fue cubierta por la religión católica con el manto de la virgen cristiana y tomó el nombre de Nuestra Señora María de la Onza del Prado de Talavera de Nivar. Sin embargo, con el paso del tiempo, sería conocida como María de la Onza, o sea, María Lionza.




Esta es otra historia, de nuestros país, la historia de Ana, líder guajira... 

Soy Ana Isabel López, de la etnia wayuu, nací el 22-09-1954, en Maracaibo. De padres wayuu, con una infancia feliz, a pesar de que trabaje desde los cuatro (04) años. En una familia de diez (10) hijos, donde todos debían colaborar para montar el telar de los chinchorros. Cuando me tocaba montar el telar lloraba, tenía que dejar de jugar con mi muñeca de barro,  wayunkerra. (Su tradición es transmitida de generación en generación. La wayunkerra es la muñeca tradicional de las niñas del pueblo indígena wayuu en La Guajira. Originalmente era hecha de barro y las abuelas cuentan que representa a la primera mujer wayuu, que a través de ellas se pueden potenciar los poderes que le otorga su creadora o dueña, y que siempre tenían el privilegio de volver a la tierra). Mi mama me enseño a trabajar duro, para el momento,  yo no entendí que eso era bueno para mí. Hoy le rindo honor a mi madre y le agradezco la grandeza de entrega a sus hijos. 


A mí no me llevaron al blanqueo, mi mama no lo permitió, mi mama tenía ese amago recuerdo, razón por la cual no permitió que a sus hijas, se les aplicaran el ritual. (Cuando la niña Wayuú presenta su primera menstruación se le realiza el proceso de "purificación" llamado blanqueo, que consiste en encerrar a la joven en una choza donde solamente tiene acceso una persona para alimentarla con ciertas comidas: chicha sin azúcar, plátano sin sal, yuca sin sal, entre otros, no pueden comer ningún tipo de carne, en donde la acuestan en un chinchorro alto para que no la alcancen los espíritus pasados malignos. Asimismo a la wayuú le cortan el cabello y le queman las ropas, sus restantes pertenencias son desechadas, y le dotan de todo nuevo para dar paso a una nueva vida como MUJER).



Me enamore a los quince (15) años y los dieciséis (16) fui madre. Al tener mi primer hijo, ya tenía que salir de la casa, éramos muchos y los gastos de la casa hacían la vida cuesta arriba; hoy en día se lo agradezco, deje la adolescencia para pisar tierra y comenzar a criar un hijo. Mi hijo Jairo, mi esposo y yo pasamos mucho trabajo al salir de mi primer hogar.  A pesar de su juventud, mi esposo,  me impulso a crecer y a desarrollar mi potencialidad.

No pude ir a la universidad, me vine a Caracas con mi aprendizaje básico, tejer y cocinar, pero, sobre todo con dos enseñanzas de mi madre:

 “EL QUE SE DEJA MORIR DE HAMBRE DESPUES DE NACIDO, ES BIEN TONTO” “SI TE CAES, TE LEVANTAS, SIGUE INTENTANDO”. 


Aquí en Caracas, tuve dos hijas más, primero nació Ismeira y después nació Sayaire. Mi esposo me indico que era bueno planificar la familia y nos quedamos con tres hijos, ya que donde comen 2, también comen 3, pero comen menos.  Después estudie, me gradué como maestra normalista, a veces cobraba, otras no, como todo maestro en Venezuela, en la década de los 70, pero mi esposo pagaba los gastos de la casa. Dios me regalo el don de la enseñanza, que honre muchos años con amor a mi país, todos mis conocimientos se colocaron al servicio del estudiantado, manualidades, tejidos, trabajo en arcilla, paralelo al rol maravilloso de ser mama. Ismeira, dedicada a la gimnasia rítmica, compitió en Houston y gano medalla de oro en unos panamericanos 1996. Sayaire, habla tres idiomas y actualmente está en España trabajando.

Cuando muere mi hijo mayor Jairo Alexander, yo como madre, no podía quedarme con ese dolor en mi corazón, estuve 17 años ininterrumpidos, en el parque del Este, todos los sábados  formando personas, todo aquel que quería aprender, yo lo enseñe a tejer.  Conté 400 personas, registre el grupo, una asociación de tejedores. Dios me iluminaba, además del tejido, los aconsejaba con sus vidas, con la sabiduría divina, entiendo que aquello de perder físicamente a un hijo, me motivo adoptar todos aquellos que podían necesitar una madre.  Tejer para mí es una terapia: para una enfermedad, para aprender a convivir, para encontrar una vocación y la paz interior.


Soy una artesana orgullosa de mis raíces. 
Soy feliz. 

Extraño a mis hijos, pero ellos aprendieron a volar y estoy orgullosa de ellos. Mis nietos Andrea, Juan, Jairo y Belliana son mi orgullo y la misericordia del Señor se manifestó con mis bisnietos Angel y Samantha.  Soy catequista y ministro de la eucaristía. Quiero seguir sirviendo a la sociedad, recuperar valores y a pesar de mis 67 años, siento que aún tengo mucho que entregar. Yo sueño con esa nueva Venezuela, la que yo viví, a pesar de los pesares, con altos y bajos. El hombre siempre es hombre y debe colaborar con la vida diaria del hogar, en mi casa los hombres barrían, lavaban ropa y apoyaban a sus hermanas en las tareas. Estoy feliz, porque mis hijos son independientes. Te escribo y siento que recordar es vivir y me lleno de alegrías, de tristezas, pero con ganas de seguir viviendo, siempre tenemos tiempo de rectificar.

Para información sobre artesanías, chinchorros, muñecas de trapo y clase de tejido. Correo: 1954analopez@gmail.com

 

Tejer para mí es una terapia: para una enfermedad, para aprender a convivir, para encontrar una vocación y la paz interior. Siempre tenemos tiempo de rectificar.

ANA LOPEZ 



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