El envejecimiento de la población mundial se está dando a pasos agigantados y acelerados, está a punto de convertirse ineludiblemente en una de las transformaciones sociales de mayor significancia del siglo XXI, con consecuencias para casi todos los sectores de la sociedad, entre ellos, el mercado laboral y financiero y la demanda de bienes y servicios (sistema sanitarios, viviendas, transportes, protección social…), así como para la estructura familiar y los lazos intergeneracionales. Parece mentira, pero el progreso tecnológico, filosófico y cultural, no nos está salvando de esto. Los jóvenes tienen una vida muy rápida, éxitos muy rápidos para después quitarse la vida por no encontrar sentido a su existencia, parece una novela, pero es real, jóvenes y no tan jóvenes con muchísima fama y dinero deciden quitarse la vida, porque no encontraron una razón válida para seguir en este mundo.
En la década de los sesenta
la autora de El Segundo Sexo, Simone de Beauvoir, preparaba ya su ensayo de La
vejez, ¡Usted no está vieja!, ¡Qué tema tan triste y desolador!, Le insistían y
exclamaba la gente.
Para Beauvoir la sociedad sólo quiere invertir sus recursos materiales e intelectuales en los niños y jóvenes porque ellos generan rendimiento, constituyendo el sector productivo que sostiene nuestra comunidad; los ancianos, en cambio; quizá altamente impropio y de mal gusto afirma cierta similitud a cadáveres ambulantes, sacos de enfermedades que solo generar gastos y queman energías y los recursos de aquellos que tienen que hacerse cargo de ellos.
Actualmente en Venezuela, decenas de ancianos, son abandonados por sus familiares asfixiados por los rigores de una crisis desproporcionada. Yo no puedo imaginar a esos mismos viejos decirles a esos mismos hijos, años atrás: “Esta semana me alcanzo para dos teteros, por lo tanto solo comes dos veces”.
Llegar a viejo o cumplir muchos años, es una bendición, además de que las vidas longevas pueden ver el fruto de sembrado. A continuación y para terminar te dejo dos historias interesantes, espero sean de tu grado.
Yelitza Salas
El Carpintero de la Montaña:
la casa hogar que se sostiene de la caridad en Táchira Por Daniela L. EL DIARIO
Más de 120 personas mayores y 10 niños con condiciones especiales viven actualmente allí. Aunque en toda su historia han recibido el apoyo de distintos organismos y particulares, la pandemia por covid-19 les ha pasado factura y les ha hecho más difícil sostenerse de la caridad.
Con la pandemia ha mermado
mucho la ayuda a la casa. Antes había visitas todos los sábados y domingos. Yo
he sido fuerte, pero como un padre misericordioso, y suspendí las visitas. Con
el covid-19 tengo que cuidarlos más y eso hizo que bajara el apoyo, por eso
salgo a la calle a pedir colaboraciones”, dijo Lanza en entrevista para El
Diario.
El padre explicó que algunos
de los adultos mayores que viven en la casa hogar tienen condiciones psiquiátricas
o alzheimer, por lo que se quitan los tapabocas y no tienen ese sentido de la
prevención con respecto al covid-19. Recalcó que no es culpa de ellos y por eso
debe estar muy atento cuando llega alguien a la fundación.
Hasta la fecha el número de
contagios en la casa hogar se ha mantenido en cero y Lanza espera que continúe
así por mucho tiempo. Cuando sale a las calles a pedir ayuda, lo hace con doble
tapabocas y toda la protección necesaria para evitar llevar el virus con él.
“¿Te imaginas que nos llegue un virus aquí?, nos morimos todos. Detrás de los abuelos me muero yo, si no es de covid-19 es de tristeza”, comenta el sacerdote.
Aunque los voluntarios de la
casa hogar han hecho lo posible por mantener sanos a quienes viven allí, el
sacerdote se mantiene alerta. Sabe que tiene a una población de alto riesgo
para contraer coronavirus y enfermar. Lanza esperó pacientemente desde que
inició el plan de vacunación nacional para que llegaran vacunas a la fundación.
Con la segunda fase de este cronograma recibieron tan solo 25 dosis.
Doy gracias a Dios por esas
25 vacunas que llegaron, pero tengo a más de 80 abuelitos que están esperando
ser vacunados. El de edad más avanzada tiene 94 años, por eso sigo siendo
estricto con el tema de las visitas y pido para que por favor nos ayuden a
conseguir esas vacunas que nos faltan”, expresó Lanza.
Fundación casa hogar El
Carpintero de la Montaña, ubicado en San José de Bolívar, en el municipio
Francisco de Miranda del estado Táchira. Padre Franco Lanza +58 424 767 89 51
La rutina de la casa hogar
El Carpintero de la Montaña: Pese a que
las visitas bajaron, el padre Lanza intenta mantener las rutinas en la casa
hogar. Asegura que la mayoría de los que viven allí cumplen alguna
función. La casa hogar cuenta con un
comedor. Allí la directora Iris González cocina para los adultos mayores y
varios residentes la ayudan a picar las verduras para sus preparaciones. Otros
le dan de comer a los niños con discapacidad y a las personas de edad más
avanzada.
Dependiendo de cómo esté su
salud, los adultos mayores hacen labores de limpieza en las áreas comunes de la
casa hogar. Algunos de ellos apoyan con la higiene de sus compañeros que tengan
poca movilidad, una condición psiquiátrica o neurológica.
“Tengo personas que son
profesionales y ellos le dan clases a los niños de la casa hogar. Está el caso
de la señora Rosa, ella es licenciada en Matemáticas y apoya a los muchachos.
También está el señor Luis que es licenciado en inglés. Desde que los niños
reciben clases con ellos han mejorado mucho en sus actividades y salen
excelente en sus exámenes, ahora que deben estudiar a distancia por la
pandemia”, contó Lanza. Quienes no pueden realizar este tipo de tareas,
igualmente mantienen activas sus mentes jugando dominó o leyendo en la
biblioteca de la casa hogar.
Cómo comenzó la casa hogar: Franco
Orangel Lanza Urbina nació en Caracas, pero se desempeñó a temprana edad como
monaguillo y seminarista en Los Teques, estado Miranda. En esa entidad surgió
su deseo de apoyar a los más necesitados.
José Gregorio García, quien era sacerdote en Los Teques para ese
momento, trabajaba con una casa hogar en el sector y Lanza decidió que ese
sería uno de sus proyectos luego de terminar sus estudios en el seminario. Cuando iba a ser nombrado sacerdote, el
entonces obispo Mario Moronta lo envió al municipio San José de Bolívar en
Táchira y quienes allí lo recibieron se enteraron de su intención de fundar una
casa hogar para los adultos mayores de escasos recursos.
La familia García, el señor
Laureano y la señora Diomira, nos donaron los terrenos cuando se enteraron que
yo quería fundar una casa hogar. Esta familia tenía una finca con animales que
querían donar a la Iglesia para alguna actividad pastoral y cuando nos ceden
los terrenos comenzamos a trabajar. Iniciamos acogiendo a cinco abuelos y ya
tenemos a más de 100”, relató Lanza.
El próximo 16 de julio se
cumplen 17 años desde que la casa hogar empezó a apoyar a los adultos mayores
del Táchira, pero en aquel entonces la fundación aún no tenía un nombre.
Tras deliberar con varios
voluntarios y miembros de la comunidad decidieron que el nombre de la casa
hogar sería “el carpintero”, porque San José (como se llama el municipio) tuvo
ese oficio y “de la montaña” porque el espacio está arropado por las montañas
del estado Táchira.
Con los años, El Carpintero
de la Montaña creció y formó una numerosa familia. De acuerdo con el sacerdote,
los primeros adultos mayores que fueron dejados ahí llegaron desde el mismo
estado Táchira, pero meses después comenzaron a recibir personas de entidades
vecinas.
Actualmente hay personas
mayores y niños con condiciones especiales de todas las regiones del país. Esto
hizo más conocida la casa hogar y logró que llegaran aportes desde distintas
latitudes.
“A pesar de la situación
económica que vivimos hay muchas personas que ayudan. Gente que está fuera del
país o incluso quienes trabajan con gobernaciones o alcaldías. Todos los que
han pasado por la Gobernación del Táchira nos han ayudado en alguna oportunidad
sin importar quien sea, porque no somos políticos y aquí entran todos los que
quieran hacer el bien”, explicó.
Los familiares que aún están
en Venezuela envían esporádicamente medicinas, pañales y alimentos. Pero
especialmente procuran que cumplan con sus tratamientos médicos.
Cuando no hay suficientes insumos en la casa hogar, el padre Lanza sale con su cartel, en el que expresa que los adultos mayores necesitan ayuda. Yo me paro en una esquina con el cartel y es impresionante como me llenan de verduras, comida, pañales, ropa y medicinas, pero como son tantos a veces eso nos alcanza para un mes o mes y medio”, comentó el sacerdote.
Me conmueven las manos
ancianas de los mayores. Leo en ellas el paso de los años, la impronta del
tiempo. En cada surco parece estar grabada la alegría y el dolor. En su piel,
en la textura y forma de sus dedos, como las viejas raíces de un árbol, reside
una vida. Quizás porque mis padres, los dos, siguen vivos y avanzan en su
madurez tocando ya la vejez, quizás, repito, me fijo ahora como nunca lo había
hecho en la extraordinaria belleza de lo auténtico que se refleja en la piel
madura, curtida, de sus manos, de sus caras, de su cuerpo cada día más frágil. Amo
esta belleza del paso del tiempo que se acepta como es. Amo las manchas en la
piel, y la herida en las manos de mi padre, artesano trabajador y humilde que
me enseñó a amar mi trabajo, y a cuidar la vida. Y amo las manos de mi madre,
aún hoy, yo ya con 43 años, cada vez que me acaricia como si fuera aquel niño
chico. Amo lo auténtico que reside en lo viejo y ajado, porque su belleza es
telúrica, original, verdadera, real. Y las beso cada vez que les veo porque me
sale del alma. Y ahora entiendo por qué besar una mano, cuando sale del
corazón, no es sólo gesto de amor, también lo es de respeto, de admiración.
Y amo las manos ancianas de
la gente mayor que sigue trabajando, cuidando a sus nietos, labrando el huerto,
cociendo la sopa, poniendo la mesa, dándose tras toda una vida. En esas manos
reside la sabiduría que debemos recuperar. Manos que han tocado tierra, gente y
mundo, y que guardan en su piel el recuerdo del amor hecho, del trabajo hecho,
de la vida pasada, del dolor superado y el que fue y será indigerible, de
momentos cargados de sentido, y de los que nunca lo tendrán. Y doy gracias
porque siguen vivas y acompañándonos. Pocas cosas hay en esta tierra que me
provoquen un mayor sentimiento de misterio y amor. Besos y abrazos a todos,
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